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¿Abogados cristianos?



El catecismo de la Iglesia Católica nos reza sobre la ley moral lo siguiente: “La ley moral es obra de la Sabiduría divina. Se la puede definir, en el sentido bíblico, como una instrucción paternal, una pedagogía de Dios. Prescribe al hombre los caminos, las reglas de conducta que llevan a la bienaventuranza prometida; proscribe los caminos del mal que apartan de Dios y de su amor. Es a la vez firme en sus preceptos y amable en sus promesas.”


A nuestro mejor entender es esta la guía práctica que Dios pone a nuestra disposición para poder encontrar el camino hacia una relación más íntima con Él y, por consiguiente, de mayor bendición.

Consecuentemente, esta guía se le ha revelado al ser humano desde sus inicios y de distintas maneras. Bien sea por la misma naturaleza e incluso ha evolucionado a través de los tiempos no para tener diferencia en criterios, más para acercarse en el plan perfecto de Dios. Si bien el catecismo de la Iglesia es claro y directo con su definición, no es menos cierto que la moral en el ámbito sociológico se abre paso a distintas interpretaciones sobre lo bueno y lo malo, de quien juzga y el juzgado y, en el peor de los casos, quién tiene la razón.


Establecida la diferencia, cumplir con la ley moral de Dios siempre será más fácil que cumplir con la moral del “hombre”. Para la primera, solo te juzgará Dios y, para la última, la temible y cruel sociedad.

Así las cosas –y siguiendo la invitación del prelado y fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá, de “ser santos en sus oficios, profesiones y donde quiera que vayan”– nos preguntamos: ¿puede un abogado ser santo? ¿Puede un abogado cumplir con la teología y la ley moral?


Para ambas preguntas hay respuestas, y no hay que entrar en un debate filosófico e interminable. La Iglesia Católica ha canonizado hombres que eran abogados de profesión como, por ejemplo, San Ivo de Kermartin, San Raimundo de Peñafort, Santo Tomás Moro y otros.


Ahora bien, ¿pudieron estos hombres, a su vez, cumplir con la ley moral? Dos jueces: Dios y la humanidad. San Ivo dedicó su vida a ser defensor de los pobres humildes y, por otro lado, San Raimundo era un renombrado jurista que, entre otras cosas, elaboró la introducción de la Inquisición en el Reino de Aragón.

Es oportuno traer a discusión la figura de Jesús, que es en sí la Ley misma. Si bien se le conoce como Maestro, también abogó en varias ocasiones por personas juzgadas por una sociedad muy “jurista” pero poco “defensora”. Entonces reconocemos, en el acto de Jesús, su llamado a defender a quien no puede hacerlo por sí mismo.

La abogacía es una profesión fértil para hacer el bien y seguir los preceptos de la teología moral. Pero, de igual forma, puede ser un ambiente en el que el humano se aferre a lo material, a las cosas del mundo y a aquello que nos aleja de Dios. Sin embargo, este choque no se manifiesta solamente en esta carrera, sino que, en todas y cada una de las profesiones, los hombres y mujeres pueden encontrarse en la mitad de este camino dividido: entre servir o servirse, ayudar o beneficiarse.

La moral siempre debe estar presente en cada decisión que tomemos. Solo así se podrán erradicar, de nuestra sociedad, problemas como la corrupción, el nepotismo, el discrimen y otros. Luego de este análisis, es preciso concluir que no es tu carrera u oficio lo que dicta si podrás cumplir con la ley moral de Dios, mas tu formación como individuo, tus valores y tu carácter.


VSC


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